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Crónicas Masónicas

Por el Q:. H:. Jacabo Cifuentes

 

Miembro de la Resp:. Log:. Simb:. “Juan Manuel Cajigal” N° 177 al Or:. de Barcelona

 

HUMILDAD

Humildad, la virtud que permite al hombre darse cuenta de sus limitaciones, de sus polaridades, de sus miserias y obrar en consecuencia, darse cuenta, ser consciente, frases que se repiten en todo el camino iniciático de manera reiterada, insistente, terca, como un eterno golpear de mazo al cincel, pues es solo es en el proceso de estar alerta, darnos cuenta y observar y corregir (que no omitir ni esconder) es solo en ese proceso que es posible la transformación. A menudo confundimos humildad con desvalorización o con pobreza, la falta de autoestima no es humildad, como ser pobre tampoco da certificado de humilde, la soberbia y la vanidad se encuentran en ricos y pobres, en casi todos en realidad en mayor o menor grado.

 

La Humildad no es una conducta, es un proceso, es el vacío que van dejando la soberbia, la ambición y la vanidad según se disipan cuando tomamos conciencia de ellas.

La paradoja se presenta en aquellos que presumen de humildes, presumir de humilde es solo una forma de soberbia, de arrogancia, camufladas en tonos de voz y poses de cuerpo que a menudo esconden resentimientos y rencores no redimidos, los falsos humildes son a veces más peligrosos que los abiertamente presuntuosos y vanidosos al menos los últimos no van disfrazados de

Caperucita Roja.

 

En un proceso aparentemente contradictorio y paradójico con la humildad misma La Masonería pone a prueba nuestra vanidad con grados, cargos, y decoraciones, y además nos confronta con símbolos alegorías y leyendas para que nos demos cuenta de la necesidad que tenemos de observar al soberbio al ambicioso y al vanidoso que habita en nosotros, para que entendamos que nadie nos debe nada, ni honores ni privilegios ni prebendas, que la única decoración que necesitamos es el mandil de aprendiz, y que todo lo demás es simbólico, transitorio, que es ese mandil la primera y la última prenda que colocan al masón cuando se va sin llevarse nada mas de lo que trajo cuando llego, ni de lo que obtuvo en el medio.

 

La vanidad la arrogancia y la soberbia todas relacionadas son directamente proporcionales en volumen a la desvalorización y falta de autoestima del hombre, detrás de todo, soberbio, vanidoso y arrogante hay desvalorización y necesidad de reconocimientos que vengan de afuera que nos sirvan de muletas para sustentarnos, para encontrar valor en nosotros mismos.

 

La masonería nos provee con los instrumentos Grados, cargos, decoraciones, honores y privilegios para que transitemos por el camino iniciático y nos vallamos dando cuenta de la poca importancia que todo lo anterior tiene, para que veamos según los transitemos que los cargos están para servir no para figurar, las decoraciones y honores para recordarnos lo anterior no para presumir y los grados para ayudarnos a comprender nuestra transitoriedad, y para entender que es en el ser y no en el tener donde está la clave de la dicha, de la serenidad de la humildad, de la vida misma.

 

Al final si hemos sido tenaces y sinceros de propósito nos daremos cuenta que aun necesitamos el mandil blanco con la solapa subida que nos proteja le las consecuencias de nuestra propia soberbia, de nuestra propia arrogancia de nuestra propia vanidad, de nuestra propia ambición, pues en definitiva humildad no es otra cosa que reconocerme y legitimarme y reconocer y legitimar al otro con todas nuestras virtudes y todas nuestras miserias sin condiciones, y eso a menudo toma más de una vida para lograrlo, por eso nos entierran a los masones con el mandil de aprendiz con la solapa subida.